de Belén Gopeqgui
«Hablemos de literatura revolucionaria. Digamos que quienes con honestidad y auténtica militancia, muy lejos del oportunismo que también hubo en la izquierda, perdieron su capital cultural, su prestigio, un lugar en el canon, ofertas económicas, glamour y complicidades, por cambiar el futuro, por hacer una literatura tal vez en exceso didáctica, acaso ingenua, quizá demasiado sencilla, tal vez de una grandeza que aún no hemos comprendido, merecen nuestro respeto. No merecen nuestro paternalismo ni nuestra vergüenza ni nuestro arrepentimiento. Porque sea lo que sea una escritura revolucionaria, no parece creíble que consista en encontrar una figura mediática “del otro lado”, una figura que escriba “buenos” libros, esto es, tan “buenos” que hasta la noble Academia por supuesto independiente y objetiva se vea obligada a reconocerlo, y el noble Mercado por supuesto libre y sin dueños, se vea obligado a reconocerlo, y la noble autonomía de la literatura por supuesto desvinculada de intereses, por supuesto incapaz de fomentar un tipo de narraciones y dejar fuera de la circulación otras, se vea obligada a admitirlo. No se quiera ver aquí la clásica condena del autor de éxito o la idea de que el fracaso es necesariamente una marca de honestidad. Pero que nada tampoco nos impida decir que la construcción de una escritura revolucionaria no puede ser sólo un proyecto individual sino que requiere construir también un lugar a donde dirigirse y un espacio común que no podrá coincidir con el espacio en donde habita ni el lugar hacia donde se dirige la inmensa mayoría de la literatura capitalista de nuestro tiempo. Y si expresiones como “realismo socialista” o “novela social española” no designan el final del trayecto, que no sean tampoco la excusa perfecta con que regresar justificados al discurso dominante.
Por estar referidas a la ciencia, estas palabras del inmunólogo cubano Agustín Lage permiten aproximarse de otro modo al tema que nos ocupa: “La ciencia aprende por ensayo y error, pero los sistemas de ideas generales determinan qué es lo que se ensaya y qué sectores de la realidad se exploran”. Habiendo convenido en este aserto resulta más sencillo asumir que los sistemas generales de ideas determinan también qué se ensaya en literatura y qué sectores de la realidad se exploran; determinan, en consecuencia, sobre qué no se va a seguir ensayando, qué sectores dejarán de explorarse. Determinan cómo se volverá inútil tanto conocimiento, cómo lo que supimos del camino, sus curvas, la espesura, los animales feroces, la fuente turbia y el lugar de aquella otra fuente donde sí se podía beber, el barranco oculto, las dos encrucijadas, se volverá inútil porque hoy los sistemas generales de ideas dicen: quedémonos aquí, dejemos de pensar que hay que adentrarse donde no hay más carretera, quedémonos, exploremos el horror nuestro de cada día pero no sus causas, exploremos la inconsciencia pero no su necesidad.
La novela desde su nacimiento como género ha dado multitud de pasos en falso, ha emprendido multitud de caminos que conducían a un callejón sin salida, ha tomado recursos de otros géneros, ha evolucionado adaptándose al medio literario en distintos momentos. Y cada uno de esos pasos en falso, como cada una de sus metamorfosis, ha sido estudiada, valorada, ha pasado a formar parte de una suerte de capital acumulado llamado cultura. No así la escritura revolucionaria. Ni se estudiará ni pasará a formar parte de bagaje alguno pues su sola mención producirá rubor, deseos de renegar de ella, arrepentimiento. Pero ¿de qué se reniega, del camino escogido para atravesar el cerco o de la voluntad de atravesarlo?»
Bibliografía Gopeqgui, Belén. “Literatura y política bajo el capitalismo.” Guaraguao, no. 21. Rebelión. Dic. 2005. https://www.rebelion.org/noticia.php?id=26876.