Por Miguel Ángel Nieto
La suerte en el periodismo, cuando uno empieza, es que al lado tengas a alguien más mayor y más experimentado que después de destrozar lo que has escrito diga: “Vuélvelo a escribir. Debes de ser independiente incluso de quien te paga”. Y eso, por desgracia, ya no existe.
La nueva industria mundializada de la información ha hecho de la independencia de los periodistas un valor a denostar, algo parecido a la traición, al empleado saboteador. La nueva industria busca operarios de datos que hagan lo que se les dicte y que no propongan temas, que no estén empeñados en pensar. Ya no se busca gente con criterio, como hasta hace dos décadas. Ya no quieren profesionales capaces de interpretar los datos, ordenarlos de forma intencionada y dimensionar con su publicación el alcance de todo ese conjunto de información, acuse a quien acuse y caiga quien caiga. Ya no quieren periodistas que no reparen en las consecuencias de la publicación de una información. Ya no quieren a ese tipo de profesionales “irresponsables”.
El ultraje de la Nueva Industria a la independencia de los informadores comenzó así, tachándoles tácitamente de “irresponsables”. Porque la nueva “responsabilidad” consiste en acallar todo aquello que puede dañar a los amigos del Sistema, a las instituciones del Sistema, y en general a la estructura del Sistema.
La independencia periodística ha sido también adulterada porque la Industria de la Información ha logrado enfrentarla al concepto de la objetividad. Así las cosas, un periodista independiente, por mera presunción maligna, no es un periodista objetivo. Y estas equiparaciones, absolutamente falsas, han mezclado de forma muy perversa la independencia con la objetividad y con la responsabilidad.
La responsabilidad del periodista consiste en contrastar todo lo que uno publica para que la información resultante esté bien escrita, sea comprensible, rigurosa, veraz e incontestable. Era Julio Cortázar quien puntualizaba, con su agudeza memorable, que “la responsabilidad de quien escribe es escribir bien”; eso para empezar. Décadas antes de que se escribiera sin tildes y con faltas de ortografía, Pablo Salinas había publicado “La responsabilidad del escritor”, una recopilación de ensayos hoy desaparecida. Y decía: “Las palabras, las más grandes y significativas, encierran en sí una fuerza de expansión, una potencia irradiadora de mayor alcance que la fuerza física inclusa en una bomba”. Es decir, la responsabilidad del periodista, no sólo del periodista independiente, es la palabra, la defensa de la palabra. Su obligación deontológica no es hacerlo bien, es hacerlo muy bien, sin líneas rojas sugeridas o impuestas.
La objetividad del periodista es otra cosa: consiste en no dejarse intoxicar por quienes de forma intencionada o casual intentan que esa información no les salpique. Suelen ser juguetes rotos, gente que medraba y almacenaba y fue arrojada a la cuneta. Gente que “canta” para quedar a salvo. La objetividad no es otra cosa que tener la astucia de ser desconfiado sin que se note. La objetividad es la duda permanente, ya lo dijeron los clásicos. Es el privilegio de ser testigo en primera línea y contarlo con la fidelidad, el rigor y la responsabilidad que este oficio requiere. Esa parte no se aprende, se siente. Se parece al amor.
Y todo eso, la responsabilidad y la objetividad bien entendida, conforma la independencia de los periodistas: no importa el alcance y la dimensión de la información que se hace pública; no importa que la propia empresa que paga al periodista independiente esté implicada; no importa que quienes resulten salpicados sean amigos o enemigos de la Industria o del propio periodista. Lo único importante es que nadie silencie una información veraz, contrastada, rigurosa y comprensible. Lo único importante es tener ganas perpetuas de continuar aprendiendo y formándose, olfato para detectar los temas más escabrosos y tenacidad para llegar con ellos hasta las últimas consecuencias.
La independencia en el periodismo, como en cualquier otro oficio, se ejerce cada día, a cada instante, que es como se ejerce el verdadero periodismo. Porque el periodismo no es una profesión, es una forma de vivir. Sólo el que se acuesta periodista y se levanta periodista es capaz de entenderlo. Los actuales operarios de la Industria de la Información, por el contrario, no son periodistas hasta que no comienza su jornada laboral, y dejan de serlo cuando ésta acaba. Y con la independencia ocurre exactamente igual, o se es a tiempo completo o no se es. No existe zona intermedia. Y no digamos ya de la responsabilidad.
El periodismo no es una profesión como tal, es una tarea, es un oficio, es un compromiso tal vez estúpido que uno adquiere sin saberlo. Pero ante todo es una forma de vivir. Es un extraño ejercicio de conseguir que hablen los que no tienen boca, los que no tienen lengua, los que han sido negados y ninguneados de forma sistemática por el Sistema.
Los periodistas en general tienen una responsabilidad abrumadora que a veces confunden con su propio ego. Creen que la información es buena porque la firman ellos. Y se equivocan. La información no es de los periodistas. Es un bien común que el periodista destripa y hace que aflore. Es un bien que comparte, como un médico comparte su cirugía. Es un derecho que tenemos todos, el derecho a disponer de toda la información veraz.
Los periodistas independientes son la voz de los que no llegan a los altavoces, la voz de los sin voz. No son su propia voz. Los periodistas no son justicieros ni oradores ni merecen aplausos. Son rastreadores, proponedores, idiotas de alto riesgo. Son, en la mejor acepción, los payasos de las bofetadas a los que aludía el poeta León Felipe. Y por supuesto, tienen derecho a la tristeza, a la desgana y al miedo. Y ese periodismo ejercido en nombre de los que no tienen derecho a hablar, ese periodismo temeroso pero altamente atrevido, ese periodismo capaz de escuchar a quien jamás ha sido escuchado antes, ese periodismo ejercido a diario, a cada instante del día, es el periodismo independiente.
Es cierto que ese periodismo independiente ha dejado de estar en las grandes plataformas mercantilizadas de la información, en las corporaciones que administran lo que se debe o no se debe publicar, lo que la gente debe o no debe saber. Pero va recolocándose en las Redes, en resortes activistas que aún no están bajo control. Precisamente por eso el periodismo independiente ha pasado a formar parte de la gran “cartografía de la revuelta” que hoy vivimos, por eso continúa activo desde fuera del Sistema, o parapetado en la fina y porosa línea que delimita el alcance del Sistema, pero sin perder nunca de vista al Sistema.
El periodismo independiente es imprescindible en una sociedad tan manipulada como la que vivimos, y deberá serlo en cualquier otro modelo societario. Como dijo el periodista y escritor Eduardo Galeano, “hay que desconfiar de las democracias con paredes limpias”. Por eso el periodismo independiente siempre sobrevivirá, en cualquier modelo de convivencia que quede por existir. Porque es garantía del bien común.