El salario mínimo es uno de los grandes avances de los estados de bienestar europeos alcanzados a lo largo del siglo XX. Por un lado supone una garantía para los trabajadores al asegurarse un ingreso mínimo cuando trabajan y por otro genera un elemento estabilizador del mercado, ya que hace previsibles una serie de gastos para el empleador y provee a los consumidores —o a parte de ellos— de un ingreso con el que poder adquirir bienes y servicios.