Por Katarzyna Olga Beilin
El concepto de “Antropoceno” (del griego Anthropos – hombre y kainos – nuevo o reciente) surge en las conversaciones de investigadores de las ciencias del Sistema Terrestre alrededor del año 2000 y describe nuestra época como un tiempo donde las transformaciones de los procesos en la biosfera, tales como el clima, y otros, han sido causados por las actividades humanas (Crutzen, Paul J. and Eugene F. Stoermer, 2000; Will Steffen, 2007). Los historiadores de la ciencia Christophe Bonneuil y Jean Baptiste Fressoz (2016) han documentado que la idea de que las actividades humanas afectaban profundamente la tierra ha estado presente durante los últimos dos siglos pero se ha popularizado cuando el peligro del cambio climático se ha materializado en el umbral del siglo veintiuno. Según, Steffen et al, (2011) y Jan Zalasiewicz (2008), el final de la época geológica precedente, el Holoceno, y el principio del Antropoceno se corresponde con la Revolución Industrial, alrededor de 1800. William Ruddiman (2013, 2015) argumenta, sin embargo, que el Antropoceno se originó al mismo tiempo que la agricultura, hace unos ocho mil años aproximadamente.
No existe un acuerdo absoluto de que el Antropoceno sea el mejor término para describir nuestros tiempos. Los críticos del concepto (Donna Haraway, 2015, 2016; Jason Moore, 2017; Raj Patel and Jason Moore, 2017, Elmar Altvater et al, 2016) argumentan que no todas las poblaciones contribuyen en el mismo grado a la degradación de los ecosistemas de la tierra, ya que varias comunidades han podido vivir de modo sostenible y porque una economía diferente sostenible es una posibilidad para la humanidad. Estos intelectuales sugieren que la responsabilidad por los daños no debe atribuirse a los humanos como especie, sino más bien al petro-capitalismo eurocéntrico (Imre Szeman, 2017) y a un consumismo desbordante basado en la injusta dinámica colonial entre el Norte y el Sur globales. El concepto de Capitaloceno sería entonces, de acuerdo a estos pensadores, más adecuado para describir la degradación de los sistemas del globo causada por la voraz economía humana en una búsqueda constante de ganancias y de un crecimiento que se lleva a cabo a expensas de la destrucción de la biosfera.
Además del cambio climático, el Antropoceno/Capitaloceno se caracteriza por la dramática pérdida de la biodiversidad, conocida como la sexta extinción en masa (Elizabeth Kolbert, 2016), o defaunación. Otros procesos que van asociados son la deforestación, la acidificación de los océanos, el rápido crecimiento de la población global, especialmente en las ciudades, el correspondiente crecimiento de las granjas animales (Tony Weis, 2013), el uso de los combustibles fósiles (Imre Szeman, 2017), la persistente cultura del coche (ver Sobre ruedas. Dir. Oscar Clemente), el crecimiento desbocado de los residuos y la invisible presencia de la toxicidad (Michelle Murphy, 2006). El académico italiano, Marco Armiero (2017), al reflexionar sobre el crecimiento abrumador de los deshechos y de la toxicidad que se extiende sobre el planeta, sugiere como alternativa el concepto de Wastocene (Basuroceno?). La presencia de plásticos – en particular las islas de plástico en los océanos – inspira a Ian Lowe (208) a proponer que nuestra época debería llamarse Plasticene (Plasticoceno?) y el fenómeno de la agricultura industrial basada en monocultivos que se extienden cada vez más inspira a un grupo de académicos a concebir el concepto de Plantacionoceno (Haraway, 2015). Finalmente, la homogenización de los paisajes, culturas y de los modos de vida fue descrita por Charles C Mann (2011) como Homogeneoceno. Todas estas tendencias progresivamente más destructivas se intensificaron alrededor de 1950, el periodo del inicio del periodo más reciente del Antropoceno, llamada La Gran Aceleración (Steffen at al, 2015; http://www.anthropocene.info/).
En su último libro, Haraway (2016) propone pensar nuestra época no sólo como tiempo de destrucción y pérdidas, sino también como un tiempo en el que la gente busca establecer modos de vida alternativos, tratando de poner en práctica de nuevo un equilibrio con la naturaleza mediante lo que la crítica llama “ensamblajes mixtos”, que incluyen formas de vida humanas y no humanas. La conciencia de la existencia del Antropoceno/Capitaloceno y del pico en el uso del petróleo, junto a la crisis económica de 2008 en Europa, inspiraron la formación de varios nuevos movimientos sociales que se proponían transformar las economías locales, frecuentemente introduciendo monedas locales. Como algunos de los ejemplos, pueden mencionarse las Ciudades en Transición, eco-aldeas y varias cooperativas locales (Beilin, 2016; 2019).
El concepto del Antropoceno ha tenido una gran importancia tanto para las humanidades como para las ciencias y también para sus relaciones mutuas. El historiador Dipesh Chakrabarty (2009) ha afirmado que el Antropoceno fuerza a las humanidades a conectarse otra vez con la tierra, porque la libertad humana que las humanidades habían imaginado se ve amenazada por la pérdida del medio ambiente. Noel Castree (2014), Sverker Sörlin (2012) y otros, han propuesto que sólo la intensificación de la colaboración entre las ciencias y las humanidades puede permitir entender y transformar la cultura, la economía y la ciencia, responsables de manera conjunta de los procesos antropogénicos. Como respuesta, se han constituido las Humanidades Ambientales, una plataforma interdisciplinar que se enfoca en los problemas del Antropoceno, y que ya ha llevado a varias transformaciones dentro de la Academia.
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