Por Xabier Arrizabalo Montoro

Es un modo de producción histórico y por tanto no eterno, singularizado por unas relaciones de producción basadas en la mercantilización de la fuerza de trabajo. En consecuencia, es la máxima expresión histórica de la economía de mercado, esto es, de la economía basada en el intercambio -permuta de una propiedad por otra-, cuya premisa es la apropiación privada de los medios de producción.

Dicha mercantilización deriva de esta apropiación privada sobre la que se conforman las dos clases propias del capitalismo: propietarios que compran fuerza de trabajo para obtener una ganancia de esta compra -que es su medio de vida- gracias a que sólo pagan por ella el equivalente a una parte de todo el trabajo realizado; asalariados que venden fuerza de trabajo para obtener el ingreso que les permita sobrevivir (todo esto es explicado rigurosamente por Marx en El capital, que parte de la ley del valor para explicar cómo se intercambian las mercancías -de dónde procede su valor y cómo se valida o no- para explicar la explotación y que culmina con la ley del descenso tendencial de la tasa de ganancia, fundamento del carácter no ya contradictorio del capitalismo, sino crecientemente contradictorio y, por tanto, de sus límites históricos).

Por definición, como toda sociedad clasista el capitalismo siempre ha sido tremendamente violento, una de cuyas máximas expresiones es el desempleo, i.e., la negación a contingentes amplios de la población de obtener su medio de vida a través de su trabajo. Por esto mismo, el capitalismo es incompatible con la democracia, dado que, entre otras cosas, la decisión de quiénes trabajan y a quiénes se les niega la posibilidad es tomada por una pequeñísima parte de la población, los capitalistas.

Si bien es cierto que el capitalismo hizo posible un enorme desarrollo de las fuerzas productivas -en todo caso no idílico, obviamente-, llegado a su estadio imperialista, desde principios del siglo XX, no sólo no permite nuevos desarrollos sistemáticos de ellas, sino que cada vez más sistematiza su destrucción. Se revela así su carácter ya completamente anacrónico.