de Daniel Ares-López
La siguiente entrada es una adaptación de un fragmento del siguiente artículo de libre acceso: Ares-López D. & K. Beilin. “Estudios culturales-ambientales Ibéricos: fundamentos teóricos y conceptos clave.” Letras Hispanas 13 (2017): 166-182. Special Issue: “Contemporary Iberian Ecocriticism and New Materialisms.” Ed. Luis I. Prádanos. Web.https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6550899.
Culturas de naturaleza son agrupaciones de prácticas material-semióticas que implican inter-acciones conscientes o atentas entre personas y otros organismos vivos o materia inanimada. Estos encuentros e interacciones pueden producirse en muy diferentes contextos: en lugares experimentados desde la perspectiva que confiere el habitarlos o en una ruta de viaje, en proximidad espacial o a través de grandes distancias mediadas por textos o imágenes. La clave para entender estos conjuntos de prácticas socioambientales como una cultura de naturaleza no es tanto el contexto espacial en que se desarrollan sino el hecho de que juntas entretejen formas comunes e históricamente situadas de concebir, dividir conceptualmente, percibir sensorialmente y responder afectivamente a la vida y materia nohumanas. De hecho, los conjuntos de prácticas que configuran una cultura de naturaleza con frecuencia incluyen una constante producción discursiva o formas de planificación y gestión que conectan oficinas y laboratorios urbanos con zonas rurales o “salvajes” distantes.
Las prácticas en culturas de naturaleza pueden incluir prácticas profesionales, laborales, religiosas, de ocio o de cuidados. Algunos ejemplos son el senderismo, el paisajismo artístico y literario, la caza, la pesca, la gestión de la vida silvestre, la planificación territorial y urbana, el activismo ecologista, el cuidado de mascotas, la contemplación de la fauna silvestre como actividad turística (ya sea en zoos o en espacios protegidos), el cultivo de huertos y jardines, el vegetarianismo, el trabajo agrícola y extractivo, la investigación biológica, etc. Algunos ejemplos de agrupamientos de prácticas en forma de culturas de la naturaleza son el extractivismo-productivismo agroindustrial, el excursionismo-paisajeanismo, la caza deportiva, el conservacionismo y las prácticas de habitabilidad en economías rurales de subsistencia.
Al converger en la expresión “culturas de naturaleza,” los términos “cultura” y “naturaleza” pierden su significado como entidades ontológicamente diferenciadas y estables. Los constituyentes de culturas de naturaleza son heterogéneos (personas, organismos vivos, materia inanimada, tecnologías, técnicas de observación, textos, imágenes, instituciones, etc.), circulan y se interrelacionan de una manera dinámica dando lugar no sólo a diferentes culturas sino a diferentes “naturalezas”. Esta multiplicidad de lo “natural” no debe entenderse solamente como una variedad de imaginarios o construcciones discursivas sino como diferentes formas de percibir, habitar, moverse por el mundo e interactuar y ensamblarse materialmente con sus constituyentes.
El constante contacto, fricción o solapamiento entre diferentes culturas de naturaleza puede dar lugar a apoyos mutuos, hibridaciones, tensiones o conflictos violentos. Por ejemplo, la caza deportiva ha justificado públicamente su actividad adoptando un discurso conservacionista. Las técnicas de gestión de la fauna silvestre en muchas reservas de caza españolas, sin embargo, están basadas en una lógica productivista: producir el mayor número posible de animales y el mayor número posible de muertes. Por otra parte, esta manera de entender la fauna como “recurso” o “producción cinegética” está en tensión con la apreciación estética y espiritual de la vida silvestre que promueve el excursionismo y con el valor que el movimiento animalista asigna al derecho de cada animal a evitar sufrir y prolongar su vida en lo posible.