Por Ana Luengo

El concepto de diversidad funcional ofrece una alternativa inclusiva y positiva del humano como ser siempre co-dependiente con multiplicidad de habilidades, frente a conceptos cargados de significados peyorativos como “discapacidad” o “minusvalía”. Simplemente si nos fijamos en la etimología de ambas palabras veremos cómo niegan habilidades humanas con unos prefijos como “dis” -como oposición a ser capaz- o “minus” -como la cantidad inferior de valor de una persona.

A partir del siglo XXI, colectivos de personas con capacidades diferentes han puesto en duda esta categorización que las reduce a lo que no pueden hacer, frente a lo que sí pueden. El cambio de paradigma es que todxs tenemos tanto limitaciones como habilidades, y eso es un rasgo más de lo que significa ser humanx. Además de que cada persona, durante su vida, pasa por diferentes condiciones que requieren cuidados, dependencia o una atención específica.

Los primeros en usar el concepto de “diversidad funcional” fueron el activista Javier Romañach Cabrero y Manuel Lobato en el Foro de Vida Independiente en enero de 2005. En 2007 publicaron el artículo “Diversidad funcional. Nuevo término para la lucha por la dignidad en la diversidad del ser humano” en la revista Comunicación e Discapacidades. El concepto ha generado algunas preguntas sobre cómo este cambio hermenéutico del paradigma social puede mermar la atención de personas que requieran atención especial (Joan Canimas Brugé. “Discapacidad o diversidad funcional” en Siglo Cero, 2015, Vol.46(2), pp.79-97).  Sin embargo, el concepto ha conseguido establecerse en los últimos años entre varios colectivos y, así, el concepto de “diversidad funcional” se ha generalizado no solo en España, sino también en América Latina. Con ello, se ha permitido que las voces y perspectivas de personas, antes denostadas por los prefijos que les negaban la dignidad, puedan ser expresadas y tenidas en cuenta en la sociedad. Como un ejemplo de la interseccionalidad de la diversidad funcional con la sexual, Antonio Centeno y Raúl de la Morena rodaron el documental Yes, We Fuck! (2015), donde se expresan las necesidades, los deseos y los obstáculos de un grupo de personas que han sido también discriminadas e invisibilizadas por la normatividad afectivo-sexual.