La memoria se ha convertido en una preocupación cultural y política clave. Repetidamente oímos que el pasado tiene derechos imprescriptibles y que debemos convertirnos en militantes de la memoria: el recuerdo se propugna ahora como imperativo moral mientras que el olvido se ha transformado en algo política y éticamente conservador. A ello han contribuido unos avances tecnológicos decisivos para la difusión e incluso globalización de una nueva noción de memoria, la cual va más allá del recuerdo autobiográfico para abarcar los procesos más amplios de transmisión nemotécnica comunitaria y generacional, así como nuevas formas de concebir la relación entre la historia y las memorias. La memoria así entendida pone el énfasis en los derechos humanos, en los problemas de las minorías y de género y en la reevaluación de pasados nacionales e internacionales. Se vincula asimismo a procesos de democratización y a la expansión y fortalecimiento de la esfera pública de la sociedad civil; también a la monumentalización, a la institucionalización y al ritual conmemorativo.
Aunque la celebración del instante y del presentismo que caracterizan a la posmodernidad parecía haber debilitado la fuerza del pasado, en las últimas décadas las operaciones de borramiento han coexistido con una museificación sin precedentes y con una obsesión preservacionista que pueden observarse en numerosos ámbitos, desde el político al cultural. Por su parte, la misma estética posmoderna ha reclamado de forma lúdica la conexión con la tradición: el pasado ha sido transformado en producto de consumo y, con ello, en objeto de crítica; aunque, como alternativa a la cultura capitalista, fundamentalmente amnésica en su frenético ritmo de producción, la memoria ofrece también la posibilidad de experimentar un espacio alternativo. Nuestro mundo contemporáneo ha alertado sobre los usos políticos del pasado. Los herederos del Holocausto han reclamado la importancia de la memoria para no olvidar el horror, siendo secundados más tarde por los países europeos que sufrieron el fascismo y por las posdictaduras de América Latina. El uso político de la memoria no es nada nuevo, como puede verse en la manipulación del pasado que ejercieron los totalitarismos del siglo xx, y también en la misma historia española: los primeros Gobiernos democráticos defendieron el olvido de la Guerra Civil como estrategia para la consolidación de la joven democracia. Los conflictos en el orden internacional desde el 11 de Septiembre, la relevancia alcanzada por las figuras de la víctima y el testigo y el mayor conocimiento del síndrome de estrés postraumático hacen que en las últimas décadas se haya generado una verdadera cultura de la memoria, la cual cultiva frecuentemente la metáfora espectral.
En el ámbito académico, la memoria ha alcanzado un notable desarrollo en ciertas esferas de trabajo social y en nuevas áreas de conocimiento como la teoría espectral y la teoría del trauma. Apostando por la interdisciplinariedad, los estudios de la memoria* han promovido el interés por comprender la interrelación que existe entre el ayer y el hoy, es decir, cómo el pasado conforma el presente y este, a su vez, es conformado por las percepciones sobre el pasado. También han animado a la investigación sobre la memoria en el imaginario colectivo, la representación oficial —monumentos y conmemoraciones públicas— y no oficial del pasado, el papel de la historia oral y los relatos personales, la influencia de los medios de comunicación de masas en la formación de la conciencia histórica, la relevancia de la escritura de la historia para las nacionalidades emergentes y los conflictos sociales, y las relaciones entre la historia y la memoria. El uso de fuentes orales en las disciplinas académicas ha pasado a imponerse como un modo válido de reconstrucción epistemológica, lo que evidencia el fuerte cambio de perspectiva producido en los últimos años. Más aún, dentro del paradigma que predomina actualmente en las humanidades, el cual se centra en la identidad del sujeto no como natural y dada sino como construida, contingente y convencional, la memoria se afirma como camino existencial hacia una autenticidad, una vivencia comunitaria y una experiencia identitaria que se creían perdidas. Con el desprestigio de las metanarrativas que articularan una idea hegemónica del yo en la modernidad, la memoria ha pasado a concebirse como clave de nuestra identidad personal y social y a entenderse como aquello que define lo que somos. Tras la muerte del sujeto, preconizada por los estructuralismos desde los años sesenta, las últimas décadas han sido testigos de su renacer gracias a la memoria. Esta es, así, el exponente más claro del giro hacia la subjetividad que caracteriza nuestro mundo contemporáneo, un giro cuya más última manifestación es la posverdad o convencimiento del derecho inalienable del yo a construir sus propias realidad y verdad.
* Destacan, entre otros, los estudios de Maurice Halbwachs, Pierre Nora, Geoffrey Hartman, Dominick LaCapra, Avishai Margalit, Paul Ricoeur, Dori Laub, Cathy Caruth, Shoshana Felman, Reyes Mate, Alon Confino, Avery Gordon, Marianne Hirsch, Barbara Misztal.
Para leer más:
Carmen Moreno-Nuño, Haciendo memoria: confluencias entre la historia, la cultura y la memoria en la España del siglo XXI. Madrid: Vervuert/Iberoamericana. 2019.
Carmen Moreno-Nuño, Las huellas de la Guerra Civil: Mito y Trauma en la narrativa de la España democrática Madrid: Libertarias, 2006.
Armed Resistance: Cultural Representations of the Anti-Francoist Guerrilla. Antonio Gómez López-Quiñones and Carmen Moreno-Nuño eds. Hispanic Issues On Line/HIOL. Minneapolis: Minnesota UP, October, 2012.
https://cla.umn.edu/hispanic-issues/online/armed-resistance