de Valentín Ladrero 

Decía el poeta Mayakovsky que “el arte no es un espejo para reflejar el mundo, sino un martillo con el que golpearlo”. Y debe serlo pese a que los artistas y el público padecen de cierta pereza y pudor para manifestar y recibir las opiniones políticas cuando éstas se cruzan con el arrebato estético, una crítica desconfiada y la búsqueda legítima de una obra original. En ese arte, la música popular, sin embargo, tal vez por su inmediatez, por su capacidad de penetrar en la sociedad y la facilidad de hacer concurrir emociones y experiencias colectivas perdurables -confiando en ese rumor que habla de que de las generaciones solo quedan algunas canciones, como el más poderoso recuerdo-, lo político ha estado presente, como una declaración sobre la voluntad de resistir frente a los acontecimientos sociales. La música es una consecuencia de las relaciones de poder, una respuesta fulminante al ecosistema social del que se alimenta. En estos espacios ocupado por los distintos “grupos simbólicos”, la música ha generado contras o subculturas, tendencias y un mercado capaz de apropiarse, también, de lo político, en su propio interés capitalista. Pero a pesar de esto, los conflictos, las desviaciones artísticas, el riesgo y los deseos de protesta se han mantenido. Y todo ello, la mayoría de las veces, contenido en una canción de apenas cuatro minutos capaz de explicar el mundo.

Músicas contra el poder se alimenta de todo esto y de la libertad impúdica del músico a la hora de expresar una opinión política como rechazo y denuncia a las maniobras del capital hegemónico. Ese que construye racismo, colonialismo, pobreza, guerra, capitalismo, sexismo, emigración y sobre todo, ideología. Son músicas de procedencia tan diversa como los lugares que habitamos en los que algunos músicos optaron por escarbar en las tensiones de los conflictos sociales, tomando partido y resueltos a dar testimonio narrando la otra historia que el poder decidió no contar. Son músicas valientes, ajenas o esquivas con el mercado, fundadas, casi siempre, en los arrabales sociales, expuestas a la utopía, a la construcción colectiva y a las extrañas singularidades que propicia el talento. Son multitud de canciones y músicos que tomaron la decisión de confrontar con el poder económico y político sin esperar demasiado a cambio.  Empujados por los acontecimientos y sabiendo que nunca serían capaces de cambiar gobiernos y sistemas económicos por si solos pero sí avivar conciencias que, algún día, ayudarán a hacerlo. Solo con el ímpetu de sus canciones.