de Cecilia Enjuto Rangel
La Ley de la Memoria Histórica fue aprobada en el 2007 bajo el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE), y derogada durante el gobierno de Mariano Rajoy (PP) al no recibir financiación. Según el artículo primero: “La presente Ley tiene por objeto reconocer y ampliar derechos a favor de quienes padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil y la Dictadura, promover su reparación moral y la recuperación de su memoria personal y familiar, y adoptar medidas complementarias destinadas a suprimir elementos de división entre los ciudadanos, todo ello con el fin de fomentar la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones de españoles en torno a los principios, valores y libertades constitucionales.”
La ley fue motivada por la labor política, social y cultural de asociaciones como la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), una organización no gubernamental, instaurada en el 2000, que busca encontrar los restos de las víctimas de la Guerra civil española y el franquismo. En su mayoría estas víctimas fueron republicanos y republicanas que recibieron el “paseo” con frecuencia por miembros de la Falange o que fueron asesinados en grupos y usualmente enterrados en fosas comunes no identificadas. La asociación organiza exhumaciones de estas fosas comunes y se compone en su mayoría de voluntarios, muchos familiares de las víctimas o profesionales de disciplinas como la arqueología, sociología, historia, y antropología, entre otras. Entre otras propuestas, la ley de la memoria histórica elimina los símbolos franquistas y fascistas de los edificios y espacios públicos; y se les concedió la nacionalidad española a los brigadistas internacionales y a los hijos y nietos de todos los exiliados. Sin embargo, la ley fue ampliamente criticada por ser insuficiente por partidos como Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y por ser polémica por la derecha española, en particular el Partido Popular, que argumentaba que esta abría viejas heridas y que el pasado es mejor olvidarlo para construir el “futuro.”
Sin embargo, la sociedad española nos enseña que aunque la ley fuera polémica e insuficiente, la memoria histórica y sus debates siguen muy vigentes pues este futuro no se puede desatar de su pasado. La radicalización de la derecha en partidos como VOX nos demuestra que el simbolismo que encierran el Valle de los Caídos y las inscripciones de “José Antonio Presente” en tantas iglesias católicas en España no son parte de un pasado enterrado. José Yusty Bastarreche, hijo y nieto de almirantes franquistas, acaba de prohibir que se exhuma al dictador Francisco Franco. El legado del franquismo sigue palpable en la España actual, y aunque se vista de “justicia” no deja de revelar su cara injusta y autoritaria. Sin embargo, los debates que genera la Memoria histórica nos muestran que el legado de los republicanos también tiene sus voces hoy en día, y es que la política de la memoria se ha vuelto un proceso colectivo de recuperar testimonios orales y escritos perdidos, de reconocer la violencia que generó la guerra y la dictadura franquista a las víctimas y de enseñarnos sobre ese pasado a través de innumerables películas, documentales, novelas, libros de historia, proyectos teatrales, exhibiciones de arte y fotografía en museos y centros culturales. La memoria, el acto de recordar la historia, no pretende ser una ciencia objetiva en la que descubrimos una sola “verdad” sobre la realidad, y genera debate pues definitivamente es un acto político que intenta luchar contra la desmemoria, la indiferencia, la manipulación de ese pasado histórico para denigrar y demonizar al “otro” político. La memoria histórica intenta luchar contra los que quieren exculpar y enterrar de nuevo en el olvido a las víctimas de la violencia del estado. La memoria histórica de la guerra y el franquismo no se puede limitar ya a las fronteras nacionales, pues somos muchos los hijos y nietos que no vivimos en España, pero que contribuimos con nuestra labor a reconstruirla y redefinirla precisamente para que el futuro no esté determinado por ese pasado.